Derechos animales y ecologismo
28 de noviembre de 2016.
El conservacionismo y cuidado del ambiente, como hemos señalado en «Conservación de los recursos y animales no humanos», apunta a concretar derechos humanos hoy consagrados por el Derecho Ambiental. Los animales no humanos, considerados parte de la naturaleza, pueden tanto beneficiarse como perjudicarse por la ecuación ecologista, debido a que la consideración moral pasa por los ecosistemas y la biodiversidad, y no por los individuos sintientes.
Recientemente, en una muestra de pulido antropocentrismo, la periodista ambientalista Marina Aizén –a quien ya conocemos por su defensa del bienestar animal, por ejemplo, de los animales para experimentación– invita al cálculo conservacionista. Parte de una base clara y contundente. A ella “también” le desagradan las fotos de cazadores posando junto a sus trofeos. Pero, aclara, le preocupa que la gente se deje lleva por la emoción y termine creyendo, ante estas imágenes, que “la caza legal y bien regulada sea algo malo en sí.” [1] En clara posición de ataque a la defensa de los animales no humanos, la autora propone escuchar a los que saben: los que advierten respecto de la influencia negativa que ha tenido en países como Zimbabwe la prohibición de cazar leones, según señala en la nota. Sin embargo, los que saben en este caso se equivocan. Lo que hubo fue mayores restricciones implementadas a través de una moratoria que se levantó a los 10 días de establecida.
La cuestión gira alrededor del cumplimiento o no de las leyes de caza del país y no de la indignación mundial que el asesinato del león Cecil provocara en el 2015.
Como sea, más allá del caso puntual, hay una clara diferencia de fondo con la defensa de los animales no humanos. Quienes leen la notan están advertidos de que la propuesta conservacionista es la de “los que saben”. La misma consiste en que si se prohíbe la caza en territorios con fauna nativa se impide que la gente pueda vivir de esa actividad, y que se usen esas tierras para agricultura o ganadería, llevando a la pérdida del hábitat y la extinción de la especie.
Pero lo que no dice este planteo es lo que da por sentado como base ética desde donde parte su desarrollo: una relación con los ecosistemas y específicamente con los otros animales no humanos, basada en su uso y apropiación. Donde no se trata de “autóctonos”, se trata de “exóticos”, como los ciervos colorados o los castores en Argentina. La ecuación en este caso es similar, matar para conservar.
Notas
[1] Aizén, Marina, “La corrección política no salva animales”, Revista Viva, Clarín, 27 de noviembre de 2016, p. 34.