Veganismo: mucho más que una dieta
Ana María Aboglio | 2010 | Revista Urbano y Orgánico, Edición 57, julio/agosto del 2010.
Suele decirse que no podemos ocuparnos de la cuestión animal debido a la prioridad que representan los problemas que nos alcanzan a nosotros mismos. Sin embargo, la magnitud ética de esta cuestión hace que sea justamente éste el lugar esencial para cuestionar nuestra presunción de “humanidad” y la posibilidad de trabajar en las raíces del desequilibrio que nos embarga. Miles de millones de seres sintientes son traídos al mundo sólo para ser esclavizados. Se calcula su “bienestar” inventando el mito de la muerte “humanitaria” y ampliando los límites de sus celdas sin cuestionar el uso que de ellos se hace. Se extermina a los animales “libres”, directa o indirectamente, destruyendo su hábitat. No hay ninguna justificación para hacerlo. Se lo hace sólo por hábito, placer o conveniencia.
Una de las consecuencias del salto evolutivo extraordinario que aparece en el humano es la presencia de la pregunta ética diaria. Cuando pensamos y sentimos respetando a la Otredad, el veganismo se abre camino como base de la postura abolicionista de los derechos animales y como instrumento fundamental para practicar el principio de la no-violencia. ¿Y qué es concretamente el veganismo? Es una actitud de respeto hacia toda la vida animal no humana sintiente que implica un modo de vida donde se evita voluntariamente su uso, su consumo o la participación en actividades derivadas de su esclavitud, explotación y muerte. Significa aceptar el continuum entre la conciencia de todos los seres sintientes, pues la misma se revela cualitativamente de varias maneras según sea la especie, y aún dentro de la misma.
Cuando a la visión biocéntrica que incluye el cuidado y la protección del medioambiente que nos integra y del que dependemos, le sumamos el veganismo como práctica de justicia e igualdad, prestamos especial atención a cada una de nuestras elecciones que afectan la vida de todos los demás. El especismo, esa discriminación en relación con la especie con el que justificamos el dominio y la esclavitud animal, se vuelve tan ofensivo como el racismo o el sexismo. El biólogo E. Wilson cree que los humanos tenemos una natural afinidad hacia los otros animales y la naturaleza en su conjunto. Necesitamos entonces rescatarla del especismo que permea hoy la educación, generando en nosotros y en quienes nos rodean una fuerte empatía hacia todos los seres sintientes, para dar un giro completo y real al actual estado de cosas, pues para superar la crisis que vivimos se necesita una auténtica r(evolución) de los corazones.
Los otros animales no nos pertenecen. Nos preceden, nos enseñan, habitan en nosotros. Démosle esa otra mirada de respeto y admiración que los hace relucir como compañeros en la red planetaria. Atendamos al llamado de auxilio que hoy nos hacen y abramos la puerta al amor y a la compasión más básica. Usar animales es hoy una “normosis”. Dejar de hacerlo es capaz de crear salud en el sentido propuesto por G. Canghilhen: la posibilidad de trascender la norma que define momentáneamente lo normal y de instituir nuevas normas para nuevas situaciones. El veganismo es lo mínimo que podemos hacer por los otros animales con quienes compartimos la capacidad de sentir y de tener experiencias conscientes, y la valoración de nuestro más preciado bien: la propia vida. Una maravillosa senda hacia la paz, en el mundo y en nuestro propio espacio interior.
Fuente: Revista U&O Urbano y Orgánico, Edición 57, julio/agosto del 2010.