Prisión perpetua

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«Afuera hay sol. Yo me visto de cenizas» Alejandra Pizarnick. «La Jaula»

Mirar. Esperar un soleado día libre y llevar a los niños al zoológico para mirar. Recorrer los senderos, seguir las indicaciones a veces plagadas de avisos publicitarios, buscar al animal y mirar. Intentar encontrar las réplicas en vivo de los increíbles seres descubiertos en documentales, libros y revistas que dan cuenta de la vida salvaje. Mirar, y darse cuenta de que no están. Tras las rejas sólo es posible hallar las ruinas del que pudo haber sido en libertad. El zoológico, supuesto lugar de encuentro entre el animal humano y el no humano, es la representación más cabal de la imposibilidad de ese encuentro.. «…llegué a aprender lo suficiente para saber el daño que se les hacía a los animales al tenerlos cautivos, y simplemente no quise seguir». Estas fueron las palabras dichas por Desmond Morris cuando hace poco, después de 10 años, decidió dejar su puesto de cuidador de mamíferos en el zoo de Londres. El encierro de animales para ser mirados, tal cual se practica en los zoológicos, es una de las tantas formas de «esparcimiento» a costa del individuo sometido a prisión perpetua. Inculca a los niños la idea de que está bien encerrar a un animal para reducirlo a objeto de una mirada. Cuando pagas para verlos, ellos pagan con sus vidas.
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