Primero, dañar
Reflexionando acerca de la vivisección, dice James Cole, el personaje de Bruce Willis en la película ’12 Monos’: «Tal vez merezcamos ser aniquilados». No se necesita estar científicamente calificado para saber cuán éticamente ciego puede ser un acto. El enfoque mecanicista con que los viviseccionistas se aproximan a los seres vivientes, reduce al animal no humano y al humano a una engranaje tecnológico. Y es tal la forma en que esta ideología se camufla en ciencia, que han logrado dicotomizar la sensibilidad general en relación al tratamiento que merece un ser sintiente. Torturar a un animal es crueldad. Torturar a millones es ciencia. Un tipo de «ciencia».
Pero el término vivisección es amplio. Se aplica a toda utilización de animales vivos, sea para:
- testeo de sustancias (cosméticos y artículos de limpieza hasta pesticidas y medicamentos),
- experimentación biomédica y militar, o
- enseñanza, generalmente universitaria, donde se utiliza el término disección.
Se practica en Argentina en sectores públicos y privados. Con fondos de la comunidad, cuando se trata de entes públicos.
El objetivo «investigación» avala el sometimiento forzado de las víctimas a cualquier tipo de experimentos en una perpetuación de violencia contra los animales y en un anclaje de la humanidad a una moral hipócrita y decadente. Atribuyendo calidad de «inferior» al que tiene menor capacidad de raciocinio -siempre que no sea humano-, se somete contra su voluntad a un ser que no debería sufrir este daño por la misma causa que no lo debería un humano: su capacidad para sentir.
La socióloga Mary Phillips observó que los experimentadores sólo consideran dolor al producido por una cirugía sin anestesia general, y que no lo consideraban cuando éste provenía de envenenamiento, inducción de cáncer en ratones o ratas o prácticas de numerosos procedimientos dolorosos sin anestesia. Tampoco el derivado del post-operatorio, que nunca se alivia con analgésicos. Jamás consideran el dolor psíquico [Sociedad y Animales, 1993]. Sin embargo, los animales son amplia y lamentablemente usados en el campo de la psicología experimental.
Por ejemplo, mediante castigos continuos, generalmente con descargas eléctricas, se los obliga a no poder comer cuando están atravesados por el hambre o a tener que caer en otra fuente de dolor para evitar la primera a la que están siendo sometidos [Peter Singer. Animal Liberation]. Título de esta tortura: experimento de impotencia aprendida. Lenguaje aséptico, científico.
Se testean barbitúricos y tranquilizantes para luego experimentar nuevamente con animales la adicción a barbitúricos y tranquilizantes. Perros -los beagles son muy usados por su terneza y docilidad-, gatos y primates son entonces convertidos en adictos para luego observar su lenta muerte en medio de convulsiones y repetidos ataques convulsivos.
Después de años de obligar a inhalar humo de tabaco a animales, no se pudo encontrar conexión alguna entre el tabaco y el cáncer de pulmón -pero sí lo revelaban los estudios clínicos con humanos-. [Doll R, Hill AB, British Meical Journal 1954] Venta libre a los cigarrillos. Después de que miles de fumadores murieron por cáncer de pulmón, ahora se estudia la adicción al tabaco en animales, para evitar que sigan muriendo de cáncer quienes no pueden dejar de fumar.
La conexión entre el consumo de alcohol y la cirrosis hepática es indiscutible en los humanos, pero ésta no se produce cuando se alcoholiza al animal no-humano, excepto en los babuinos, y aún en éstos se cuestiona. (Journal of Hepatology 1988:7 :85-92). También se los usa ahora para observar la adiccion al alcohol.
¿Insensibilidad? ¿Sadismo? Sin duda la élite intelectual que moldea parte de la sociedad está enferma. De una enfermedad que jamás podrán inducir en animales. La continuación de la experimentación en animales se sigue permitiendo, en parte, porque los experimentadores se han blindado con un halo de respeto que nosotros podemos desmantelar.