Para dominarte mejor

Ana María Aboglio | enero 2009 | Ediciones Ánima.

Una de las más eficaces intoxicaciones que sufre la idea de los derechos animales, es la incorporada en el discurso sedativo del bienestar animal. Suele contraponerse a las formas más crueles de explotación ejercidas desde lo institucional y fácilmente desvirtúan el objetivo principal, apareciendo ante el público como una “mejor” manera de seguir controlando a los no humanos. Con el propósito de develar esta manipulación, tomo como ejemplo esta vez una breve nota publicada por el diario La Nación. [1] El análisis de este texto está hecho desde el punto de vista de los derechos animales, para señalar cómo, quienes tal vez tengan buena intención en su trabajo profesional con los animales, difunden el mensaje favorable a la explotación animal.

Las respuestas de la veterinaria homeópata especialista en comportamiento animal A. Zlotnik cabalgan sobre el antropocentrismo ínsito en la noción de dominar a los otros animales, «de una manera apropiada». Enseña la necesidad de aprender que la dominación no tiene por qué ser hecha con un rebenque, cuando el trato humanitario permite guiar al dominado a la realización de nuestros objetivos, poniéndolo a nuestro servicio sin que se de cuenta. Es una gran “avivada”, que puede aprenderse curso de por medio. Se logra hasta cierto punto, por supuesto.

El título de la nota, extraído de sus propias palabras, ya de por sí es problemático: “Un animal es un animal y quiere ser tratado como tal”. Qué fuerte. Un animal quiere ser tratado como un animal. ¿Y qué es lo que esto significa? Tal vez haya querido decir que no quiere ser tratado como un humano, a juzgar por lo que luego dice acerca de que “no es un bebé ni viene a cubrir el lugar que dejó un ser querido”. Lo cual es una aseveración casi groseramente veraz, como bien remarcan los psicólogos, especialmente los que no están al tanto de algunas nuevas investigaciones en la materia. Ahora bien, analicemos. Excepto un bebé, tampoco otro humano es un bebé ni debería cubrir el lugar dejado por un ser querido. Así que es un tanto insuficiente esta explicación para esa frase. Además, esto no permite inferir que un animal quiera ser tratado de una manera cuya conceptualización sólo es dable a partir de lo que un humano o un grupo humano decida, porque. ¿cómo un animal no humano querría ser tratado según conceptos racionales que no hacen a su naturaleza de ser libre y autónomo, independiente de manejos foráneos humanos? ¿O es que la veterinaria habrá querido decir que quiere ser tratado como habitualmente se trata a los animales en nuestra sociedad? ¿Un caballo querrá entonces ser tratado como carne, o como competidor para ganancias ajenas? ¿O quizás querrá arrastrar a diario pesadas cargas cuándo y cómo se le ordene, amarrado como un verdadero esclavo? ¡O si es una yegua querrá estar encerrada y preñada una y otra vez, perdiendo a sus hijos, para ser canalizada con el objetivo de extraérsele la orina plena de hormonas? [2] ¿Qué caballo será el que llene nuestras dudas? Pegaso, no creo.

La dicotomía humano/animal arrasa, en el ser humano, a una de sus más bellas cualidades: Su condición animal, la de ese animal que sigue siendo. La esclavitud y la opresión de los otros animales, modelo de todas las formas de opresiones que practicamos entre nosotros, se nutre de esa doma sin rebenque por la que se le puede dar “otros usos”, además de cazarlos para su carne como se hizo antes de domesticarlos. Esta es la propuesta de la veterinaria. Lo que se debe hacer entonces, para manejarlos, es comprender que quieren ser tratados “como animales” ¿Pero qué pasaría si pensáramos –depurados del prejuicio especista– que esto significa que quieren ser libres de toda domesticación? Así pienso como abolicionista: Si algún sentido puede dársele a esta frase, es la de que un caballo quiere vivir como el caballo –libre– que alguna vez pudo ser y que algunos pocos de sus congéneres hoy aún siguen siendo. Por eso los cursos para manejar caballos deportivos, cuyos dueños pagan muy bien para mantener sanos a los proveedores de sus ganancias–y mientras lo sean–, pueden ser buenos, especialmente para que la esclavitud continúe.

Ser animal, en el caso un caballo, significa ser presa, según la veterinaria. Parecería justificar, ahora a partir de la dicotomía predador-presa, el consumo de su cuerpo por parte del humano. ¿Aconsejará también estos cursos para aplicar en los mataderos, al mejor estilo Temple Grandin, de manera de burlar, a través del conocimiento etológico apropiado, la inocencia y la bondad de uno de los grupos no humanos más nobles de la Tierra? Dice al respecto:

Sin embargo, la carne de caballo se sigue consumiendo y hoy la Argentina es uno de los mayores exportadores del mundo. Lo que mucha gente no sabe es que en su mayoría se trata de carne de animales robados y no importa qué tipo de caballos, es una verdadera mafia. Se exporta principalmente a Japón, Rusia e Italia.

Estos datos son en parte equivocados. Desde ya que la mayoría de los caballos matados  para comercializar sus cuerpos (carne, menudencias, vísceras, cuero, pelos, opoterápicos, grasas y aceites) no son robados. Los principales compradores son hoy en Rusia, seguida de Holanda y Francia.[3] Debido al estímulo al consumo que se lleva a cabo por los productores, no sólo a partir de publicidad sino también de leyes que han sabido conseguir para incentivar la producción, parte de los 230.216 matados en el 2007 en los 10 frigoríficos de Buenos Aires, Córdoba, Entre Ríos, La Pampa, Chubut y Río Negro, son caballos que ya no son útiles a otros productores. El año 2008 tuvo un incremento en el número de caballos matados para este fin. Pero aunque fuera cierto lo expresado por la veterinaria en la nota, deberíamos notar que al parecer está molesta con el hecho de que la gente no sepa que hay ladrones de caballos, gente mala que no respeta la “propiedad” del dueño del animal. Es decir, de una lectura autosuficiente del texto, única que podemos hacer, se deduce que lo que estaría mal es que terminara en un matadero, un caballo que no fue traído al mundo para ser usado de tal manera, sino de otra. La gente tiene que enterarse.

Las inconsistencias de estas declaraciones no terminan. Porque dice, por otro lado, que cuando a ella le preguntan qué necesita un caballo, contestaría lo mismo que diría si se refiriese a un ser humano:

La respuesta es igual a la que daría al referirme es un ser humano. Recuerdo que San Francisco hablaba de mis pequeños hermanos.” Necesita que lo traten bien y que, además de alimento, cobijo y sanidad, le den afecto. Esto no significa malcriarlo, que es una actitud bienintencionada pero contraproducente.

¡Ahora sí! El animal hermano y desvalido quiere ser tratado como cualquier ser animal humano. Ahora entonces podemos pensar que la frase “un animal es un animal y quiere ser tratado como tal”, podría ser desvinculado de su lenguaje netamente especista y su inserción en un ambiente netamente antropocéntrico, para leerse de una manera diferente que, lamentablemente, será imposible lograr para la mayoría de la gente. La idea ahora entonces es que todos somos animales y que todos queremos ser tratados como animales. Pero el problema es que por aquí vamos rumbo a un callejón sin salida. Nuevamente, ¿cómo se trata a qué animales? ¿Qué es ser animal y querer ser tratado como tal? El lenguaje habitual se usa de distintas maneras. Las mujeres golpeadas gritan: No me trates como a un animal. El testigo indignado declara: Los trataban como ganado. El periodista de crónicas internacionales cierra su artículo acerca de una epidemia atroz: Es un horror, la gente muere como animales. Los pequeños hermanos de San Francisco son, en la realidad especista, sólo el “animal trotando ante la palabra que se ocultó” [4]

En las respuestas de la veterinaria se sospecha una necesidad: No podemos tratar a los caballos, a los perros o a los gatos como si fueran objetos. Este pensamiento fue el gran adelanto que trajo el siglo XIX respecto a las ideas cartesianas del animal-máquina, desarrollado a lo largo de más de 200 años de cría, manejo y explotación de todas las especies aptas para ser domesticadas, siempre bajo la idea evitar el sufrimiento “innecesario”. El bienestar animal, hoy llamado “manejo” de animales para explotación o informalmente “malestar” animal, no funciona en la práctica porque si bien esta idea pudo haber sido un avance sobre Descartes, dista mucho de la postura de los derechos animales al no darle valor inherente a cada individuo. Ni igualdad, ni libertad, ni fraternidad.

La veterinaria dice que un veterinario trabaja “en  primer lugar, observando”. Si tenemos en cuenta cómo actúan una gran cantidad de veterinarios, esta idea –propia de un homeópata y absolutamente necesaria para su manera de abordar a los pacientes–, es otro gran adelanto que quienes se relacionan armónica y apaciblemente con los no humanos suelen hacer con asiduidad. Pero relacionando esta frase con el mensaje general de todas las respuestas, otra vez aparece el mensaje confuso, pues dice que un veterinario tiene que trabajar “tratando de ponerse en el lugar del animal para saber qué siente.” ¿Cómo ponerse en el lugar de un caballo salvo que sea posible sentir como sentiría un animal semejante? Aún así, jamás lo lograríamos, pero podemos aproximarnos, seguramente, especialmente si convivimos con uno como si fuera un bebé o si ocupa el lugar dejado por un ser querido, lo cual ya dijimos que será llevado al diván. ¿ Y qué sentirá el caballo que es desangrado entre sus hermanos en un matadero? ¿Será diferente su sentir si sabe que llegó ahí como consecuencia del robo que su dueño sufrió? Y si, volviendo a lo mencionado antes, “necesita que lo traten bien y que, además de alimento, cobijo y sanidad, le den afecto”, no será que esto es una falacia, y que un caballo no necesita más que un espacio natural donde pastar, junto a los suyos, viviendo en libertad, con el afecto de sus propios compañeros? Porque un animal  –humano o no–, es un animal y quiere ser tratado como tal. Y así considerado, nadie lo pondría en duda.

En el mundo animal no humano hay individuos cooperando entre sí, herbívoros bravos y pobres cazadores, redes de mutua conveniencia sin reyes ni esclavos. La teorética del depredador y la presa, alimentada por quienes propician la noción del humano como el Rey de los Depredadores, es una idea patriarcal, especista y dominadora que establece jerarquías “naturales” al servicio de los “dueños” de la Naturaleza. Las ideas darwinianas de una evolución estructurada como una batalla sin cuartel, fueron útiles a la época que las vio nacer, pues sustentaban las nociones de competitividad, razas, clase y nación, verdaderos valores de la era industrial [5]. Volver a la naturaleza, como tanto hoy se pregona para mejorar al ser humano, especialmente en cuanto a su salud, quizás no sea otra cosa que desprenderse tanto de la falsa idea de que la “naturaleza” es lo opuesto a la “cultura” como de que lo “humano” es algo “natural”. La animalidad que nos atraviesa es la que hace posible nuestra “humanidad”. Y para eso, todos los no humanos deben ser tratados, en lo que nos igualan, como nuestros iguales. Sólo con tal paradigma puede prosperar la idea de los derechos animales, pues es la que originará una práctica abolicionista-vegana que lo posibilite, en vez de una Ley Animal basada en el control de animales domesticados, destinada a controlarlos “como animales”, nuestros propios fines, cualquiera sean.

Notas

[1] “Un animal es un animal y quiere ser tratado como tal”. Diario La Nación, 25 de enero de 2008, sección Última Página.

 

[2] Ver ¿Qué es Premarin? Disponible en: https://www.anima.org.ar/movimientos/campanas/premarin/informacion.htm[3] Fuente: SAGPyA, Informe 2008 para el año 2007.[4] Epígrafe del cuento La voz de los otros, en el libro homónimo de mi autoría, donde aludo a los versos de Paul Celan dedicados a San Francisco de Asís.[5] Rifkin, Jeremy, El siglo de la biotecnología, Crítica, Barcelona, 1999.