Fiestas taurinas
«y de repente (el toro) miró hacia mí. Con la inocencia de todos los animales reflejada en los ojos, pero también con una imploración. Era la querella contra la injusticia inexplicable, la súplica frente a la innecesaria crueldad.» Antonio Gala, 1995, diario «El País»
En Coria, un pueblito de España, la fiesta consiste en acribillar a un toro con picas blancas en las partes más sensibles. Después de varias horas de una persecución que comienza a las 4 de la madrugada, se los golpea hasta la muerte. El sufrimiento del animal les resulta fascinante a los jugadores, a pesar de estar producido en forma desorganizada y sin reglas, a diferencia de las corridas. Está claro que la compasión no es el sentimiento que profesan estos jugadores, sino el sadismo, que no podría florecer si se considerara al animal como una cosa inanimada. No, el toro sufre, y ése es el juego: deleitarse con el sufrimiento de otro. Al menos esto dictaminan los psicólogos. Ni el conocimiento certero del dolor del animal ni la sensibilidad y/o la civilidad que originaron históricamente las declaraciones universales de derechos -entre otros, los de los animales-, basta para llevar a prohibir estas abyecciones sangrientas. Ni siquiera las admiten los que niegan derechos a los animales.
En Argentina las corridas están prohibidas. Lo que no significa que la tragedia no flamee en el televisor o en las agencias de turismo. Tal vez harían falta algunas prohibiciones suplementarias. ¿Pero cómo convertir, al menos en inocuo para otros, a un corazón cruel?