En el nombre de la ciencia

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«Si un hombre aspira a una vida correcta, su primer acto será abstenerse de dañar a los animales». León Tolstoi

I- Perros, gatos, chimpancés, ratones, conejos, ovejas, caballos y otros animales que comparten con el humano la capacidad para sentir y sufrir, son criados especialmente, arrancados de su medio natural, o de las calles, y enviados al laboratorio. Dolor corporal, soledad, falta de afecto, enjaulamiento e imposibilidad de dar cumplimiento a los fines biológicos para los que el animal existe. El alto grado de stress afecta al organismo todo, alterando pulso, presión sanguínea, actividad inmunológica, balance hormonal y numerosas otras funciones. Miles de pruebas se repiten una y otra vez. Conclusiones obvias y de sentido común son expresadas en el impersonal y aséptico lenguaje científico. Siguen siendo triviales e inútiles. Mutilar, herir, fracturar, quemar, congelar, envenenar, irradiar. Inducir enfermedades, shockear con electricidad, operar innecesariamente. Tortura tanto física como psíquica porque el dolor es, biológicamente, una categoría tanto de la sensación como de la afectio. La ansiedad, el miedo, la agresividad, la depresión, la angustia que siente el animal, es tan equiparable a la humana que también se lo usa en el campo de la psicología y la psiquiatría, donde se realizan algunos de los experimentos más crueles. Por ejemplo, para inducir un estado de agobio y desesperanza, se ata a un perro de modo que de ninguna manera pueda evitar los severos y repetidos choques eléctricos que se le administran.

II- Una de las principales inquietudes de los vivisectores es transmitir a la gente la idea de que los animales están bien cuidados: control de temperatura, alimento, agua, etc. Algunas sociedades protectoras, que trabajan en los mismos ámbitos que los viviseccionistas, repiten las mismas frases, tal vez añadiendo que peor sería si ellos no estuvieran por ahí. En realidad sería lo mismo, pues los vivisectores también están interesados en «cuidar» su objeto de estudio, no por cariño al animal sino porque es la única manera de que el pobre resista el experimento y de que puedan obtenerse de perros, caballos, ratones o cualquier otro animal enjaulado y aislado en cuestión, los datos más precisos. Pero los animales tienen otros intereses además de comer y beber antes de ser quemados, envenenados, drogados o cualquiera de las otra atrocidades habituales en los laboratorios. Los animales tienen fundamentalmente el interés de estar libres de tortura. Los animales no quieren estar aislados y enjaulados. Los animales huyen de la muerte. La experiencia del dolor, las emociones que muchos viviseccionistas aducen no saber si un animal tiene, inundan la conciencia toda del animal, mucho más aún que en el humano, pues no puede aliviarla con un razonamiento abstracto que le permita la esperanza de una liberación. Cuando quienes conocen lo que ocurre en los laboratorios, escuchan hablar del «cuidado de un animal de laboratorio», suelen enmudecer de indignación. Empezando por el detalle semántico de animales «de» y no «en» laboratorio, que induce a asociarlos con animales especiales, distintos de los que podrían convivir a nuestro lado. Los experimentos son más que crueles. La gente no resiste las imágenes de los videos donde se muestran los experimentos más suaves. Los experimentadores explican que a los animales se les da un ‘trato humanitario’ y esta frase resulta ridícula. Ser humanitario significa simpatía, ternura, compasión por el otro. En este caso, ese otro es un individuo a quien se priva de su libertad y se daña severamente, a quien se tortura y mata.

Llegados a este punto los viviseccionistas, imposibilitados de negar el sufrimiento que provocan, necesitan justificar moralmente los hechos. Para hacerlo, abandonan el campo ético -donde sería gravosa una justificación- y pasan a apoyarse en argumentos científicos, principalmente dos:

  1. que la experimentación con animales ha sido la base del avance de la medicina;
  2. que si bien no quisieran dañar animales no tienen alternativas, sobre todo en materia de testeo de medicamentos.

A esto responden entonces los científicos, médicos y abogados enrolados en el movimiento de la Antivivisección Científica para presentar el balance de los últimos cien años en materia de medicina apoyando su postura, retrucar los mayores ejemplos de «avances» desplegados por los vivisectores y presentar las alternativas. Pero los viviseccionistas, que tendrían que sentirse aliviados de poder liberarse de la «necesidad» de torturar en pos de la humanidad, siguen aferrándose a su erróneo, caro, cruel y primitivo modelo experimental. ¿A qué se aferran, entonces, los viviseccionistas?

La imagen que los viviseccionistas presentan al público se parece a las hermosas fotos con que las empresas que crían animales para experimentación publicitan sus folletos. Sería imposible exponer la realidad tras las gruesas paredes del laboratorio ante el público, sin recibir una oleada de indignación y rechazo.

El derecho a no ser torturado está basado en la capacidad para sufrir, y debería ser el derecho más elemental de todo ser sintiente. La elección no es entre animales y humanos sino entre vivisección o ciencia. Porque la vivisección no es ciencia. Es un estado de la mente y del corazón. Un estado de violencia, egoísmo y negación.