El martirio de las madres no humanas

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Virginie Bronzino | 2005 |.Traducción: Ana María Aboglio. Ediciones Ánima.

Estos últimos cuarenta años, a golpe de selecciones genéticas, medicamentos, hormonas y subvenciones europeas (pagadas con nuestros impuestos), se ha transformado a pacíficos mamíferos rumiantes en verdaderas MÁQUINAS lácteas. Una vaca puede hoy producir al año entre 6.000 y 12.000 litros de leche, o 20-40 litros al día; esto es 10 veces más que su antepasado en los años 50. La media «natural» de producción de leche de una vaca que amamanta a su pequeño, es al año como máximo de 1.000 litros.

Cerca de los dos años es cuando comienza el círculo infernal: inseminación, parición, retirada del pequeño, inseminación… ya que para producir leche, una vaca, como una mujer o cualquier otro mamífero, debe en primer lugar tener un pequeño. Cada embarazo duró 9 meses y cada parición se hace sistemáticamente por cesárea, ya que las selecciones genéticas dieron origen a terneros que son demasiado amplios para pasar por el canal natural de parto.

Se separa al pequeño ternero de su madre en el plazo de 3 días después del parto, lo que genera angustia y desasosiego para la vaca tanto como para el pequeño. Los estudios han demostrado que el luto de la separación dura semanas enteras, mientras que la vaca, completamente desorientada, llora y busca a su pequeño.

Tres meses después del nacimiento de su primer ternero, se insemina a la vaca de nuevo. Lo que significa que tiene constantemente las ubres llenas correspondiendo a una carga de más 50 kg.

A fuerza de empujar al animal más allá de su límite biológico, la vaca es hoy anormalmente deforme, lo que genera dolores, cojeras, infecciones mamarias, entre otras cosas, enfermedades tratadas a golpe de antibióticos. El pequeño ternero terminará en paté para perro y gato si se conduce al matadero en cuanto se retire de su madre. El cuajo, sustancia procedente de su estómago, se extraerá entonces para servir a la fabricación de los QUESOS. O bien, pasará 5 largos meses, encerrado en la estrechez de una caja en madera, completamente aislada de sus congéneres, donde ni siquiera tendrá el lugar de darse la vuelta.

La industria láctea forma parte íntegralmente de la industria cárnica: la carne de ternera y la fabricación de los quesos gracias al cuajo extraído de su intestino lo demuestran: un 70% de la carne de vaca procede de las vacas lecheras. En resumen, afirmar que una vaca criada para su carne sufre más o es moralmente menos aceptable que una vaca criada para su leche es simplemente ABSURDO. Lo mismo ocurre con su impacto en el planeta y en la salud humana.