De la crueldad como «arte»
Una corrida es, básicamente, una serie bien pensada de torturas bajo reglamento infligidas a un herbívoro pacífico hasta acabar con su vida. Los instrumentos utilizados -que harían las delicias del marqués de Sade- están ideados para un derramamiento de sangre continuo que satisfaga las necesidades de diversión de los espectadores junto al regocijo por el sufrimiento ajeno.
Cuando no se logra matarlo después de varias estocadas, la lenta y dolorosa muerte se busca con el uso de la puntilla, un cuchillo que paraliza al animal al seccionarle la médula espinal pero que no alcanza a borrar su conciencia. Los veterinarios confirman además la habitualidad de las prácticas prohibidas, como el «afeitado» de los cuernos, las palizas con sacos de arena o los palazos, la untada de los ojos para debilitar aún más su ya miope visión, el corte de las pezuñas y la posterior pasada de aguarrás. Sin contar con la manipulación genética para conseguir toros más pesados que se mueven con mucha más dificultad.
La versión mexicana incluye la «novillada», con bebés-toros de pocas semanas.
En las llamadas corridas incruentas, legales en muchos estados de EE.UU., los toros no mueren en la arena, aunque se los suele matar con frecuencia inmediatamente después.
Los entrenamientos para el arte de la crueldad se enseñan en escuelas donde hasta los niños aprenden a convertirse en «matadores». La agresividad -que es bien humana-, se canaliza aquí hacia la perversión mediante entrenamientos para los suplicios que se promocionan desfachatadamente dentro del paquete de las excursiones turísticas.
Desde el poder se perpetúa este negocio que hoy, gracias a ese sustituto de la baby-sitter que es la televisión, llega por doquier en versión artificial aunque no menos grotesca, multiplicando las ganancias.
En países como Argentina, Chile, Uruguay, Cuba, Italia y todos aquéllos donde las corridas están prohibidas, -pero donde suele haber intentos de reintroducirlas-, haría falta algo más: Enseñarles
a los niños que la crueldad es la misma en cualquier geografía. Aunque algunos la llamen tradición.