La función debe continuar

«Detesto la exhibición de animales entrenados. Qué cantidad de sufrimiento y castigos crueles tienen que soportar las pobres criaturas para brindar escasos momentos de diversión a hombres desprovistos de pensamiento y sensibilidad»
Albert Schweitzer.

Forzar a un animal al ambiente del espectáculo es una tarea que demanda tiempo y esfuerzo. Supone captura, encierro, castigos corporales para obligarlos a prácticas payasescas y antinaturales que rechazan por inservibles para sus vidas y a muchas de las cuales temen, largos viajes enjaulados, aislamiento. No faltan las drogas para «amansarlos» y/o la extracción de uñas y dientes. Un bebé elefante se moldea atándolo y golpeándolo a diario por lo menos durante un mes. Las patas encadenadas, las descargas eléctricas y los golpes entre los ojos serán luego una de las formas típicas de obligarlos a actuar. No se trata de poder entrenarlos «en forma humanitaria». Los animales no nacieron para actos de los que no obtienen ningún beneficio y que no entienden en absoluto. ¿Porqué se prestarían a participar?

El medio ambiente natural del animal salvaje se transforma en cárcel, en los límites de una jaula o pileta de reducidas dimensiones, donde el encierro se potencia cuando el circo o el acuario está «fuera de temporada». La vida en soledad se convierte en abandono cuando ya no sirven para actuar. El otrora libre, ahora esclavo.

Asociados a la niñez, es lo último que un niño debería ver para acercarse a la auténtica naturaleza animal. Tras el brillo -opaco cuando la empresa tiene pocos recursos- de la exhibición, los espectáculos con animales esconden una patética realidad: la diversión no es para todos.