De látigos y cadenas, de shows y piletas

Con la caída del Imperio Romano, el Circo desapareció prácticamente y con él las luchas sangrientas entre animales y gladiadores, aunque sobrevivieron los amaestradores de animales itinerantes, acróbatas, payasos y malabaristas. Aunque los historiadores no están totalmente de acuerdo, parece que fue Philip Astley el inglés que, alrededor de 1768, en o cerca de Londres, montó un circo con las características que éste luego adquirió en el mundo occidental.

Ningún comportamiento natural y/o propio de su especie es posible para el animal encarcelado -o sujeto por cadenas cuando su tamaño no permite enjaularlo-, condenado a viajes continuos, obligado a la inmovilidad, forzado al entrenamiento y a las funciones de la empresa a la que pertenece. Cuando no «sirve más», termina en zoos, circos más pequeños, es entregado como presa para cotos de caza, o a restaurantes de comidas exóticas, o entregados para experimentación -como en el caso de los chimpancés-.

Se invierte en ellos el mínimo necesario para que resistan el cumplimiento de sus obligaciones actorales. Los circos con mayores recursos económicos han sido monitoreados por años en EE.UU, Canadá y diferentes países de Europa. Castigos, abusos, falta de atención, confinamiento en pequeñas y sucias celdas, camiones de traslado sin calefacción o refrigeración y con frecuencia, largos viajes sin agua ni comida. Los reportes de investigación prueban que los entrenadores -a diferencia de lo que postulan- utilizan métodos violentos para obligarlos y mantener sobre ellos una posición de dominancia. ¿De qué otra manera puede obligarse a un elefante, por ejemplo, a realizar tantas estupideces contrarias a su naturaleza, absolutamente inservibles a su «ser elefante»? ¿De qué manera obligarse a un animal salvaje a una obediencia absoluta? En todo el mundo hay casos de animales violentados hasta la muerte, al igual que casos de accidentes con daños a humanos provocados por animales que intentan escapar de sus aberrantes rutinas.

Como en todos los casos, no es posible «protegerlos» con normas bienestaristas. Sí, en cambio, sumándose a los legisladores que prohiben los circos con animales. Sí en cambio, visitando circos sin animales. Sí, en cambio, advirtiendo que esta explotación, al igual que la de los cada vez más frecuentes acuarios, reducen a un ser sintiente a la categoría de cosa para esclavizarlos en pos de intereses humanos, en el caso además superfluos y triviales.