Buenas compañías. Compromisos.

Los jadeos de los callejeros son subestimados por la esfera institucional.

Sus destinos inciertos preocupan egoístamente, sólo en la medida en que puedan llegar a perturbar determinados intereses sectoriales. Cuando esto ocurre, la barrera especista funciona automáticamente, admitiendo la muerte como opción entre las reglas del juego. El colmo del desatino aparece en la imagen de quienes, autoproclamándose proteccionistas, bienestaristas o amigos de los animales, embanderan una supuesta compasión para arbitrar un zoocidio bajo el eufemismo de eutanasia. Además de que una verdadera compasión no es mera sensiblería ni puede ser independiente de la indignación despertada por la calidad de inocentes de las víctimas -lo que acerca la compasión a la búsqueda de soluciones para reparar la injusticia- en este caso parecería haber un deseo de muerte enmascarado bajo discursos racionalmente insostenibles, que sólo pueden declararse porque el sistema legal imperante desarraiga al animal no-humano de su ámbito cobertor. Los callejeros no necesitan este tipo de compasión, sino derechos. Aunque un acercamiento sensible al animal sea beneficioso porque supone atravesar nuestra propia animalidad, el quid de la cuestión radica en comprender que la muerte, aún sin dolor, es un daño recorrido por una objeción moral.

La sobrepoblación de animales de compañía existe, sí, pero no es un problema con perros y gatos, sino con seres humanos.

Reside en la incongruencia ética de programar matanzas masivas del ya aceptado como el mejor amigo del humano y con quien los gatos compartirán el cartel cuando alcancen los 10.000 a 12.000 años de domesticación que ostentan los perros. Los hemos ligado a nosotros, incluyendo los también sobreabundantes perros ‘de raza’. La responsabilidad es de los seres humanos y la única opción posible es trabajar dentro del enfoque abolicionista de los derechos animales. Las medidas específicas abordarán: campañas de esterilización, penalización de la muerte y del abandono -que no es sino una forma de crueldad- e información acerca del valor de cada ser sintiente considerado como un fin en sí mismo.. Implementar acciones de este tipo conlleva menos energía que la usada para programar el lugar, tiempo y modo de asesinarlos. Tiene, además, dos fundamentales ventajas: La primera, reconoce legalmente los derechos a la vida y a vivir de acuerdo con los intereses físicos, psicológicos y de comportamiento con que los animales han sido dotados según el grado de su desarrollo evolutivo. La segunda, libera de la necesidad de asignar a seres humanos la realización de tareas malditas que, como ya ha sido comprobado a nivel psiquiátrico, producen severos disturbios emocionales y afectivos, enfermedades graves relacionadas con el stress, alcoholismo y drogadicción. Cada perro -y cada animal consciente- es un individuo único. Quitarle la vida es un acto de violencia que se amalgama a toda la violencia que en el planeta se ejerce contra los más débiles.

Sucesos argentinos A nivel nacional, la escueta y desactualizada ley 14.346 resulta absolutamente ineficiente para la protección de los animales, debido a que es parte de la institucionalización de la explotación animal.

Por ésta y otras razones que tienen que ver con su conexión con el resto del articulado legal, es inservible para un tratamiento igualitario y justo incluso para las especies más supuestamente “protegidas”.

La Constitución de la Ciudad de Buenos Aires incluye desde 1996 el artículo 27 que «promueve la protección y el respeto por la vida de los animales, controla su salubridad, evita la crueldad y controla su reproducción con métodos éticos.» Pero no se ha promulgado la ley que reglamente su ejercicio. Numerosos municipios del país han adoptado la esterilización, siguiendo una tendencia internacionalmente creciente que se apoya no sólo en el núcleo ético que la fundamenta, sino en el irrefutable hecho de que, como los animales se reproducen geométricamente y la ‘eutanasia’ ofrece una salida aritmética al problema, ésta resulta absolutamnte ineficaz para solucionarlo. Sin embargo, las leyes de nada sirven si no se implementan los recursos humanos y económicos necesarios para cumplirlas, lo que sucede cuando ciertos grupos de presión actúan en contra de estas medidas. Es necesario además que toda la sociedad se involucre en el tema. El viso paternalista que suelen asumir las sociedades de bienestar animal significan en lo concreto que se conserve el actual statu quo de propiedad y explotación animal.

Un grupo particularmente involucrado con el canis familiaris y otros animales de compañía, es el de los veterinarios.

Resulta sorprendente la poca atención que la gran mayoría presta a los aspectos sociales y éticos de la medicina veterinaria. Quizás parte del problema ataña a una universidad tan ambivalente como la sociedad humana en la que se inserta. En ella se enseña a diferenciar entre animales para diseccionar en clase, para viviseccionar en laboratorio, para ‘eutanizar’ cuando el interés de algún grupo lo disponga o para para luchar por sus preciosas vidas con todos los medios que su profesión les ofrezca. Gran parte de los veterinarios callan o se oponen al emplazamiento de un hospital veterinario público donde la atención, incluyendo la esterilización, sea gratuita y para todos. Desde muchos Centros de Zoonosis se informa acerca del servicio de esterilización prestado, pero las palabras no se corresponden en absoluto con la realidad.

Hoy ya no es poPerro sin hogar - Ánimasible tomar resoluciones de política animal independizadas de los intereses de los principales implicados en el tema: los animales. Si se propone matarlos, se deberá asumir el rol de «Mengele de los perros». La sociedad argentina repele definitivamente estas matanzas que siguen repitiéndose. Lo hace con raptos de desesperación o con reclamos de impotente indignación. Inmersa en un clima de hartazgo que genera múltiples ramificaciones.

Tiempo de decisiones

Ampliar el círculo moral al ámbito de otros animales es la inevitable consecuencia del creciente rechazo del concepto de un ser humano escindido de la naturaleza, incluso de la suya propia. El reconocimiento intelectual y la comprensión empática de hasta qué punto la interelación con los otros animales se asocia con un determinado tipo de invidividuo que forma un determinado tipo de sociedad es cada día más decisiva a la hora de hacer elecciones. La causa por los derechos animales no es una causa aislada del resto de las causas sociales. Decimos: el poder ejerce violencia sobre un objeto de elección, animal no humano o humano. Por otro lado, cualquiera sea la aproximación que se haga al animal -incluso una ecológica o artística- se hace dentro de una cultura de tiranía que los inferioriza a los efectos de apropiárselos para cualquier uso. Todos, incluidos los veterinarios y aún quienes los respetan más allá de sus personales afectos, sufren la alienación proveniente de un manejo que permite -y crea- la violencia sobre el animal, así como también nuestra propia aniquilación como especie a través de la destrucción planetaria.